http://fogonazos.blogspot.com/2006/09/paisaje-con-familia-que-corre_14.html
Recuerdo aquel tren de la infancia que nos llevaba cada verano al mar. Un corto recorrido que suponía el viaje al fin del mundo y el olor a sal. Me sentaba junto a la ventana y callaba. Miraba todo lo que corría fuera del vagón: los árboles, las casas, las iglesias... Solamente las estaciones se detenían.
E quando correm os tempos e a terra corre?
Lembro aquele comboio da infância que nos levava cada verão ao mar. Um curto percurso que suponha a viagem ao fim do mundo e o odor a sal. Sentava perto da janela e calava. Olhava tudo a correr fora do vagão: as árvores, as casas, as igrejas... Apenas as estações ficavam paradas.
Na Califórnia corriam os sinais e os carros e o mundo parava na vorágine do Norte.
O mundo ficava detido para além do rio, onde o Sul existe.
As famílias do sul corriam e na corrida jogavam a esperança. A vida mesma era a medalha sonhada na USA predicada, o mundo do glamour, onde ninguém tinha fome e todos se tornavam lourinhos.
Havia que advertir aos motoristas, fundamentalmente por uma questão de elegância, com sinais amarelos que evitassem o vermelho na carroçaria e as moléstias consequentes.
Agora aqueles sinais de tráfico são a história, mas as estradas desenham-se em presente a um e outro lado das fronteiras.
Há que correr. Atrás vem a fome.
Apenas as estações param e todas estão ao Norte... muito ao Norte.
¿Y cuándo corren los tiempos y la tierra corre?
Recuerdo aquel tren de la infancia que nos llevaba cada verano al mar. Un corto recorrido que suponía el viaje al fin del mundo y el olor a sal. Me sentaba junto a la ventana y callaba. Miraba todo lo que corría fuera del vagón: los árboles, las casas, las iglesias... Solamente las estaciones se detenían.
En California corrían las señales y los automóviles, y el mundo se paraba en la vorágine del Norte. El mundo quedaba detenido más allá del río, donde el Sur existe.
Las familias del Sur corrían y en la carrera se jugaban la esperanza.La vida misma era la medalla soñada en la USA predicada, el mundo del glamour, donde nadie pasaba hambre y todos se volvían rubiecitos.
Había que advertir a los conductores, fundamentalmente por una cuestión de elegancia, con señales amarillas que evitasen el rojo en el capó y las consecuentes molestias.
Ahora aquellas señales de tráfico son la historia, pero las carreras se trazan en presente a uno y otro lado de las fronteras.
Hay que correr: detrás viene el hambre.
Solamente las estaciones se detienen... y todas están al Norte, muy al Norte.
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